Ayer por la tarde murió en la calle San Roque, muy cerquita de mi ventana, un obrero de la construcción. Tenía sólo 47 años. Se cayó del techo del tercer piso en la rehabilitación de una obra. No llevaba casco, ni la obra tenía red protectora, ni estaba sujeto por arneses. Por no tener, ni siquiera tenía contrato. Allí, junto a él estaba su hijo, de solo 20 años, al que sin duda nunca se le podrá olvidar el 11 de septiembre de 2007. Por supuesto, su hijo, que también trabajaba en la obra no tampoco tenía contrato.
Para quien no esté habituado a los comportamientos empresariales en Cádiz, debo decirle que esto es más que habitual. Muchos empresarios tienen a trabajadores sin dar de alta, o los dan de alta por dos horas para después tenerlos trabajando una jornada entera (o más). Se aprovechan de la ineficacia -por no hablar de connivencia culpable- de los servicios de inspección de trabajo en esta zona. De hecho, hace más de un mes que los vecinos de la finca en la que murió Jesús María -así se llamaba el trabajador- denunciaron ante la Inspección de Trabajo la vulneración de las más mínimas condiciones de seguridad en el trabajo.Que el empresario diga ahora que "tenía pensado dar de alta al trabajador en los próximos días" es una auténtica aberración, porque el alta en la Seguridad Social de un trabajador no es una concesión graciosa del empresario, sino una obligación que surge en el momento en el que se inicia la relación laboral.
Los trabajadores no pedimos una medalla para los compañeros muertos. Ni un especial en la televisión pública recordando lo maravilloso de su persona. Sólo queremos que ir a trabajar deje de ser poner en peligro la vida. Sólo pedimos que los culpables de estas muertes -empresario y servicios de inspección de trabajo- sufran las consecuencias de haber jugado de forma siniestra con la vida de una persona.