Tamara está harta de ver a sus dos hijos hacinados, viviendo de prestado en casas ajenas y sin saber dónde ni cómo dormirá cada noche. Su súplica consiste en pedir que cualquier administración pública le proporcione un techo y unas pocas paredes al que poder llamar hogar. Mientras tanto, y a la espera de que sus ruegos sean escuchados, Tamara, de 23 años, decidió ayer mismo ocupar una vivienda del bloque número 25 de la avenida de la Bahía. Así, que anoche sus hijos durmieron en lo que les gustaría que fuera su futura casa. «Antes vivía con mi suegra y luego con mi cuñada, pero son dos pisos de dos dormitorios y las dos tienen niños pequeños. Así que mis hijos tenían que dormir en un cuarto con dos, tres o cuatro niños más y yo buscarme la vida. De este modo no se puede vivir y ya no puedo más», afirma Tamara.
Después de darle muchas vueltas, Tamara aprovechó ayer la oportunidad que le había dejado Jessica, una conocida del barrio. Otra joven que hace tan sólo un meses también tomó la decisión de ocupar una vivienda de protección social de la Junta que llevaba deshabitada varios años. «Antes vivía aquí una mujer, pero se casó y se fue a Barcelona. Como dejó de pagar el alquiler, la Junta precintó el piso. Cuando Jessica, que estaba en una situación parecida a la mía, se hartó rompió el precinto y se metió en la casa. Ahora, ella también se ha ido y he aprovechado para quedarme yo con la casa», explica Tamara.
La «casa», como la llama Tamara, es un bajo sin suministro de luz ni agua. Sin muebles y con la única decoración de varios sueltos de periódicos y algunas bolsas de plásticos desperdigadas por el suelo. Un lugar difícilmente habitable sino se tiene mucha necesidad de sentir la pertenencia de un espacio propio. El caso de Tamara no es único en la capital gaditana. Hace tan sólo una semana otra joven con hijos pequeños ocupó otra vivienda vacía en la calle Alegría. «Seguro que sólo quería un piso para sus hijos. Como yo», sentencia Tamara
Después de darle muchas vueltas, Tamara aprovechó ayer la oportunidad que le había dejado Jessica, una conocida del barrio. Otra joven que hace tan sólo un meses también tomó la decisión de ocupar una vivienda de protección social de la Junta que llevaba deshabitada varios años. «Antes vivía aquí una mujer, pero se casó y se fue a Barcelona. Como dejó de pagar el alquiler, la Junta precintó el piso. Cuando Jessica, que estaba en una situación parecida a la mía, se hartó rompió el precinto y se metió en la casa. Ahora, ella también se ha ido y he aprovechado para quedarme yo con la casa», explica Tamara.
La «casa», como la llama Tamara, es un bajo sin suministro de luz ni agua. Sin muebles y con la única decoración de varios sueltos de periódicos y algunas bolsas de plásticos desperdigadas por el suelo. Un lugar difícilmente habitable sino se tiene mucha necesidad de sentir la pertenencia de un espacio propio. El caso de Tamara no es único en la capital gaditana. Hace tan sólo una semana otra joven con hijos pequeños ocupó otra vivienda vacía en la calle Alegría. «Seguro que sólo quería un piso para sus hijos. Como yo», sentencia Tamara