BREVE SÁTIRA AL NOMBRAMIENTO DOCTOR HONORIS CAUSA DE JUAN ROIG
El empresario Juan Roig, dueño de Mercadona, continua recogiendo honores por su trayectoria patronil. El pasado 9 de Octubre, festividad autonómica en València, ya recibía una mención honorífica aplaudida incluso por Izquierda Unida, pese a las constantes informaciones de la CNT sobre la realidad laboral en esta empresa. Ahora es nombrado doctor "honoris causa".
El pasado viernes 15 de junio Juan Roig, presidente de Mercadona, era nombrado doctor "honoris causa" por la Universitat Politècnica de València. Sin ningún mérito académico que mostrar, el empresario valenciano fue honrado con "el más alto distintivo académico de las universidades españolas" sencillamente, porque tiene más dinero que le pesan los riñones. O lo que en jerigonza académica se dice: "dirigir una empresa del siglo XXI que cohesiona una sociedad que se ilusiona y tiene confianza en el futuro y patatín y patatán". Está por ver, pero esperan que Mercadona se convierta en una rentable multinacional europea. Por si acaso, las autoridades civiles y/o políticas ya le van con lisonjas y zalamerías al dueño y preparan la mano, si no lo han hecho ya, por si resbala algún doblón de tan insigne ciudadano con que cambiarse la capa o zurcirse el jergón que ya anuda un poco suelto.
A nosotr@s plim, que el lider en el sector sea este o aquel, el curro es el que es, la empresa la levanta quienes la levantan y las condiciones laborales las sufren quienes las sufren. Pero el pasado viernes, ese Sindicato pudo disfrazar a un compañero y disimularlo en tan lustrosa celebración. Lucía el compa elegante pantalón de pinza y abotonada camisa beig. Peinado a la raya y calzado con zapatitos de los de claperic claperic al caminar. Mientras tanto, compañeros también del sindicato, se mantenían a prudente distancia, enganchando carteles y entregando octavillas, ahora en solidaridad con la lucha continuada por los y las compañeras de Cádiz (
www.cnt.es/mercacoso). A prudente distancia, ya que entre esta especie de barrio alto y chalet en previsión, los hay bien cebados y que hasta cocean si te les aproximas, pero los habrá enredad@s cuya parte humana aún dominen para decirle al lujo y la pedantería "quieto", hasta aquí hemos llegado.
El reporter efectuado por nuestro compañero pijín dice lo siguiente:
“La ceremonia se desarrollaba entre camareras y azafatos cuando logré entrar al paraninfo universitario. El ilustre rector iba nombrando a cada uno y cada una de los bachilleres que se convertirían en funcionarios educandos de los cuerpos universitarios del Estado. Alevín tal y tal, padrino el doctor cual y cual. Recoge su paripé. Cabezada, cabezada. Apretón de manos. Escueto aplauso. Camina, camina, camina. Siguiente. Cadete tal y tal, padrino doctora cual y cual…, y así sucesivamente, hora y cuarto, hora y media.
Acabado el desfile de nuevos togados, tiene la palabra el Secretario institucional. Tras la breve pamplina del honorable andoba, pasemos, damas y caballeros, sin más preámbulo, hora y cuarto hora y media, a nombrar doctor honoris al mentado Juan Roig. Tiene la palabra el padrino doctor y amigo del susodicho honorable tal y cual. Señorías, Excelencias, Majestades e invitados, ruego y manifiesto que laudato laudato, doy fe veraz que este hombre es humano, honor entre honores y distinción especial, laudato laudato… Tiene la palabra el otro honorable mentor. Digo, direte, maravilla de maravillas, magno magnífico. Procedamos con agrado a colgarle el anillo y ponerle el birrete sagrado. Ponganse en pie. Clap, clap, clap, foto, foto, clap, clap, foto, foto. Tiene la palabra el mismo implicado… Y así sucesivamente.
Luego, es conveniente, dejad que lo haga, hable vuesa Señoría, señor Conseller de estas cosas, colega y jefe político, sobrino de tal y vecino de cual, hable, hable. Me afirmo y reafirmo, cuán grande el honrado, qué mínima la honra, qué más le diré al ilustre, magníficus, inmensibus, gigántibus, yo como él, señoras y señores. Tóquele el turno al Secretario del rincón, y al otro de allí, dígale, dígale cuán hermosa su toga brilla, lo grande y lo tierno de su corazón. Aplausos, aplausos. Y no dejaba de asombrar aquel hombre cetrino con aliento a cigarro que desde un lado de la sala cada vez que el celebrando mentaba “mamá”, “agüela”, “hermano” o palabra “mujer”, se arrancaba diligente en encendidos aplausos y vivas, mas risas y comprensiones, hasta que el público comprenda, que toca, que va, aplausos, aplausos. Algo debía tener en el circo o bien era de la empresa o del protocolo de la organización. Efectívamente toda la plana mayor de la gloriosa Mercadota estaban allí.
Entre tanta pompa y boato cantaba, de tanto en tanto, un coro espléndido de ángeles del terreno, salves y alabanzas, glorias y estribillos. Y alguién, si no el mismo afectado se acordó de agradecer a los presentes, por los cuales se celebraba el evento, a estos de aquí amontonados, la caterva de nuevos doctores varios, de la A a la Z, de fulano a mengano, sigan así y estén de mi lado.
Epíteto tras epíteto aquello se hacía infinito, pero llegó, por fin, el final. A alguno de peso, honorable también, le debió zurrir la panza y puso punto final al acto. Esto se ha acabado. Acabáramos has dicho, y a golpes y empellones echamos a correr, a hincar diente a aquel canapé que ya me guiñó la oliva cuando había entrado. Y fauces para qué os quiero, traga, que traga, muerde que muerde, bebe, que bebe, que paga el invisible y esto no lo he notado. ¿Y la parienta? ¿Otra copa? ¿Y el respectivo?
Y en estas y aquellas, el nuestro, el compañero infiltrado, comienza a repartir octavillas: que miren ustedes, que somos esclavos, que alzamos tó esto, pero somos extraños.
- ¡Abrase visto! ¡Pero quién eres, incauto! ¡A joder a tu casa, joputa! ¡Maldito pelmazo! ¡Largo! ¡Fuera! ¡Bastardo! ¡Ignorante! ¡Malvado