sábado, 5 de febrero de 2011

El gran negocio del paro


Para explicar lo que ha sucedido durante las dos últimas décadas en Andalucía no hay que recurrir a abstrusas teorías políticas ni a enrevesados análisis económicos. Basta con recordar un pasillo de comedia, vulgo sketch, que perpetraron los archiconocidos payasos de la tele en la gloriosa época de Gaby, Fofó y Miliki. Los dos últimos se dedicaban a cruzar continuamente un paso fronterizo vigilado por Gaby, el payaso serio de la familia. Iban en bicicleta pero no llevaban nada. Los registraba el vigilante meticulosamente pero no había forma de encontrar un reloj, una joya, dinero en metálico, algo que pudiera justificar el contrabando que seguramente estarían llevando a cabo. El aduanero se rindió y les suplicó que le dijeran, aunque no los sancionara por ello, cuál era el alijo que estaban pasando de matute.

—Es muy sencillo, señor policía. ¿No lo está viendo? Estamos pasando de contrabando… las bicicletas.

En esta Andalucía del millón de parados ha sucedido algo similar. El paro se ha convertido en la bicicleta que nos han vendido una y otra vez como si fuera una moto averiada. A falta de una lengua para marcar diferencias, el Régimen andaluz se ha asentado en el desempleo estructural como nuestra sagrada seña de identidad, como el gran tabú que nadie se atrevía a desvelar. Es muy complicado criticar las políticas activas, pasivas y perifrásticas de empleo. Es harto difícil oponerse a un ERE que supone la salvación salarial de decenas o cientos de familias. Y es muy arriesgado descubrir el pastel que se esconde en los cursos de formación que se reparten sindicatos y organizaciones empresariales gracias al derroche programado y tasado de los acuerdos de concertación.

Ese ha sido el gran logro el Régimen durante estos veinte años. Ha conseguido que el paro sea un magnífico negocio que ha generado sustanciosos dividendos al partido que copa el poder. En vez de luchar contra el enemigo, la Junta se ha aliado con él. El desempleo dejó de ser un problema para convertirse, paradójicamente, en una solución.

Gracias a esas cifras mareantes que emergen de la Encuesta de Población Activa, el poder ha tenido las manos libres para enjaretar el ERE más adecuado en cada situación. Así han aflorado los típicos conseguidores, como aquel militante con el carné en la boca que proclamó en la puerta de un juzgado que en ese caso no había habido manteca (sic) por medio. En ese caso, claro.

Al Régimen no le interesa una Andalucía sin paro, una comunidad autónoma formada por individuos autónomos que se ganan la vida con el sudor de su frente. Este Régimen que es un conglomerado de intereses partidistas, políticos, económicos y mediáticos necesita una masa crítica compuesta por individuos que le deban algo al poder. Una pensión de prejubilación obtenida a la remanguillé, por ejemplo. De ahí tanto chanchullo repetido hasta la saciedad, tanto falso trabajador que ni siquiera había pisado la empresa en cuestión, tanto dinero derrochado en estas políticas neocaciquiles que no son más que la vuelta al duro que Romanones invertía en comprar votos por los burgos podridos como bien denunció Azaña.

Los contrabandistas de bicicletas han estado a punto de matar la frágil gallina de los huevos del ERE. El asunto, que es de una gravedad que supera la cotidianidad política, nos ha revelado cuál es la verdad desnuda de este sistema que se revista de la legitimidad de la izquierda cuando no es más que neocaciquismo en estado puro. Pase lo que pase, se descubra lo que se descubra, siempre habrá votantes dispuestos a apuntalar este edificio ruinoso con tal de que no se les caiga el entramado encima. Ese es nuestro drama con tintes de tragedia. Para esa Andalucía sometida al neocaciquismo de turno es mejor el techo podrido del Régimen que el cielo raso de la libertad.